sábado, 25 de noviembre de 2006

Malleus maleficarum

Éste es un fragmento del libro:

«Las brujas de la clase superior engullen y devoran a los niños de la propia especie, contra todo lo que pediría la humana naturaleza, y aún la naturaleza simplemente animal. Esta es la peor clase de brujas que hay, ya que persigue causarles a sus semejantes daños inconmensurables.

Estas brujas conjuran y suscitan el granizo, las tormentas y las tempestades; provocan la esterilidad en las personas y en los animales; ofrecen a Satanás el sacrificio de los niños que ellas mismas no devoran, y, cuando no, les quitan la vida de cualquier manera. Claro está que en estos casos se trata casi siempre de niños aún no bautizados; si alguna vez llegan a devorar a los bautizados, es que lo hacen, como más adelante explicaremos, por especial permisión de Dios.

Pueden también estas brujas lanzar los niños al agua delante de los mismos ojos de los padres, sin que nadie lo note; pueden tornar de pronto espantadizo al caballo bajo la silla; pueden emprender vuelos, bien corporalmente, bien en contrafigura, y trasladarse así por los aires de un lugar a otro; son capaces de embrujar a los jueces y presidentes de los tribunales, como lo son de conseguir mediante hechizos un inviolable silencio propio y de otros acusados en la cámara del tormento; saben infundir en el corazón y en la mano de quienes se disponen a descubrirlas una angustia paralizante, y tienen, por último, poder para penetrar las cosas secretas y aún para predecir muchas futuras con la ayuda del diablo.

Los ojos de estas mujeres tienen la virtud de ver lo ausente como si estuviera presente; entre sus artes está la de inspirar odio y amor desatinados, según su conveniencia; cuando ellas quieren, pueden dirigir contra una persona las descargas eléctricas y hacer que las chispas le quiten la vida, así como también pueden matar a personas y animales por otros varios procedimientos; saben concitar los poderes infernales para provocar la impotencia en los matrimonios o tornarlos infecundos, causar abortos o quitarle la vida al niño en el vientre de la madre con sólo un tocamiento exterior; llegan a herir o matar con una simple mirada, sin contacto siquiera, y extreman su criminal aberración ofrendándole los propios hijos a Satanás.

En una palabra: pueden estas brujas, como antes decimos, originar un cúmulo de daños y perdición que sólo parcialmente estaría al alcance de las demás. Bien entendido que todo esto lo pueden con permisión de la justicia divina. En cambio, la facultad que todas tienen en común, así las de superior categoría, como las inferiores y corrientes, es la de llegar en su trato carnal con el diablo a las más abyectas y disolutas bacanales.

Puede concretamente suceder por virtud brujeril que un hombre o una mujer al contemplar el cuerpo de un muchacho, lo exciten con la sola mirada, por aprensión o por influjo de apetitos lascivos; y como estos influjos suelen traducirse en mutaciones corporales y los ojos son tan sensibles que fácilmente captan las impresiones, no es raro que por efecto de una íntima emoción resulten afectados seriamente los ojos y queden en mal estado.

Ahora bien; cuando los ojos han evolucionado por efecto de algún influjo pernicioso, bien puede suceder que, a su vez, influyan fatalmente en la atmósfera circundante y la maleen lo mismo que ellos habían sido maleados, trasmitiendo de capa en capa de la atmósfera la influencia nociva, hasta llegar a la zona inmediata a los ojos del muchacho. Entonces es cuando este ambiente origina una mutación desfavorable en los ojos infantiles, que la transmiten a otras partes y órganos internos de la misma persona juvenil. Esto está cumplidamente demostrado por la experiencia, ya que muchas veces hemos visto y vemos que una persona víctima de alguna afección a los ojos, infecta y daña con su sola mirada los de aquellos que la contemplan.

Escríbanse las siete palabras que Cristo pronunció en la cruz en unas cuantas tarjetas, cosiéndolas luego o pegándolas unas a otras, para que juntas den la medida de la estatura de Cristo. Una vez hecho esta, como cosa fácil que es, enróllense estas cadenas o guirnaldas de tarjetas al cuerpo desnudo de las brujas. La experiencia ha demostrado que esos seres nefastos se sienten entonces extrañamente inquietos y abrumados, y propicios, por tanto a la confesión. Pero si con todo esto se obstinasen en guardar silencio o en negar su culpabilidad, puede recurrirse a la intimidación de un largo y duro encarcelamiento, hasta quebrantar su contumacia. Y todavía queda el
recurso extremo: el de que el juez visite en la prisión a la acusada y le prometa influir para conseguir clemencia, haciéndolo sin embargo con la reserva mental de que él mismo entienda la clemencia referida a la función judicial o a la causa pública, que en su cargo ampara.

¿Cómo pretender que se acceda a la concesión de defensa y defensor, cuando todo el mundo sabe que hay el deber de mantener en riguroso secreto los nombres de los testigos? En todo caso, solamente se le podrían facilitar éstos al defensor, cuando se tratase de un hombre intachable y de un celoso defensor de la justicia, que, además, habría de prometer bajo juramento mantenerlos también en secreto. No es lícito tomar en cuenta las preferencias del acusado al escoger un defensor, ni éste debe hacerse cargo de una causa, sino después de haberla examinado detenidamente y haberse persuadido de su justicia. El juez deberá exhortarle a que se guarde de incurrir en complicidad de herejía y sectarismo; complicidad de la que ya se haría culpable por el solo hecho de aceptar «indebite» la defensa de una persona sospechosa de herejía.

También ha de tener cuidado el juez con la familia y con los sucesores de las brujas encarceladas o ejecutadas en la hoguera, por la frecuencia con que unos y otros están complicados con ellas y entregados a las mismas prácticas. Así como los parientes de un hereje se hacen por lo regular sumamente sospechosos de herejía por la mera circunstancia del parentesco, así sucede también con esta suerte de herejía de las brujas.

Abundan por cierto las personas superficiales que recusan sistemáticamente las declaraciones de mujeres enemistadas con las acusadas, por suponer que no merecen crédito alguno y más bien han de estimarse dictadas por un ciego deseo de venganza que por la realidad de los hechos. ¡Qué poco conocen estas gentes la cautela, sutileza y discreción de los jueces! Como un ciego podría juzgar los colores, juzgan ellos de la perspicacia judicial».